Tim Burton, ese imaginativo director con un universo tan particular, estrena este fin de semana en salas españolas su nueva película, Dark Shadows, una adaptación de un serial de los años 60 acerca de una disfuncional familia rodeada de elementos sobrenaturales y que deleitó la infancia de este realizador. Así, vuelve hacer equipo con Johnny Depp (su octava colaboración) para ponerlo en la piel de Barnabas Collins, patriarca que regresa al hogar dos siglos después arrastrando la maldición vampírica de una retorcida bruja, en una comedia que no acierta con el tono en ningún momento y que pese a conservar rasgos estéticos y temáticos de la filmografía de Burton achaca falta de riesgo, pero, sobre todo, una total falta de pretensiones.
La película es aburrida, desaprovecha totalmente un reparto y unos personajes con posibilidades (de nada sirve otorgarle a Eva Green su mejor rol en una década), en una historia simplona y plagada de tópicos. Además, huele a rancio y caduco que tira para atrás -hubiera pegado más en los años en los que Burton triunfaba con Batman y Eduardo Manostijeras-. Sus únicas bazas son las esperadas, atmósfera y decorados, escaso bagaje para un director cuyos obras magnas: la mencionada Eduardo Manostijeras, Ed Wood y Big Fish; ya van quedando muy, muy atrás.