Cuarta película de la saga Bourne, tras las tres incursiones con Matt Damon como protagonista (la primera, y mi preferida, dirigida por Doug Liman; las dos siguientes por Paul Greengrass). En esta ocasión, Tony Gilroy, guionista de las anteriores entregas, toma los mandos de una reformulación de la franquicia obligada por la ausencia del personaje de Damon. Así, Jeremy Renner se pone en la piel de Aaron Cross, agente por así decirlo de un programa de reclutamiento similar al de Jason Bourne, cuya existencia se ve amenazada cuando pasan al conocimiento público sucesos de las anteriores películas.
Si la principal preocupación de los fans de la saga era el trueque de actores y roles, pueden estar tranquilos, Renner cumple con nota la tarea. El problema residirá en sus expectativas como espectáculo; si prefieren el estilo característico de Greengrass (cámara en mano para frenéticas escenas de acción, con continuos movimientos y cambios de plano, zooms...) se van a llevar un chasco, y de los gordos [Personalmente, es una técnica que no solo no me convence, también me provoca dolor de cabeza; reconozco que queda muy espectacular pero prefiero enterarme de lo que está ocurriendo en la escena. Algo imposible. Estoy convencido de que esas escenas son una chapuza en su continuidad, pero como la acción va a toda leche ni uno lo nota] De todos modos, no es esa la diferenciación de 'El legado de Bourne', sino su concepción como una película orgánica, de investigación y laboratorio con pocas y muy contadas escenas de acción (las cuales, en realídad, sí son muy desmadradas).