En 1984, Tim Burton dirigió un corto titulado 'Frankenweenie', uno de sus primeros trabajos. La historia seguía a un niño solitario que se refugia en su perro y sus películas caseras como herramienta para dejar volar su imaginación, y que tras el trágico fallecimiento de su mascota consigue revivirla gracias al intesificado efecto eléctrico de un rayo. Convertido en largometraje en 2012, la ampliación a 87 minutos proporciona en su primera media hora prácticamente nada, al margen de la salvedad del cambio de acción real a animación stop-motion (ambas en blanco y negro), pues la concatenación de los hechos viene siendo la misma. A partir de ahí, 'Frankenweenie' va dejando hueco a un homenaje en toda regla a las criaturas clásicas de terror que surgieron en los años 30 de la mano de la Universal, que se suma a la profundización introspectiva del personaje de Victor como niño incomprendido, algo que ya estaba presente en el corto original.
Valorando la película, a mí me ha dejado un poco insatisfecho, a pesar de que tenga detalles, especialmente su veneración a los clásicos, que causen mi simpatía. Como decía, el cuerpo de la película viene a repetir el corto original, además de muchas otras películas de la filmografía de Burton: el desarrollo ya me lo veo venir e incluso en esta ocasión me resulta demasiado ñoño. En todo caso, es una película de calidad bastante apreciable de un director en horas bajas que ha tenido que refugiarse en lo conocido para aliviar el cacao creativo de sus últimos años, y sobre todo, muy recomendada para ciertos sectores del público: niños, adolescentes con inquietudes artísticas y una buena apuesta para ver en familia. Además, seguramente convencerá a esa amplia legión de seguidores con los que cuenta el director, siempre que no empiecen a hartarse de sus tics. Burton necesita un descanso para reformularse, pues se ha convertido en una especie de caricatura de sí mismo. Esperamos noticias suyas, pero mejor para dentro de unos años.
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