La película que cambió Hollywood, que arruinó a la mítica United
Artists, que tumbó el poder ganado por los directores en los años 70
para devolvérselo a los estudios. Se podrían decir muchas cosas de 'La
puerta del cielo', algunas negativas, pero la mayoría de ellas
contaminadas por un estigma maligno dispersado por los interesados
defensores del statu quo. Pues 'La puerta del cielo' no es sólo una
película defendible, apreciable, defenestrada injustamente, es una joya
que merece la pena revisitar y reivindicar con cierta frecuencia,
símbolo de una época que jamás volverá y de un talentoso cineasta caído
en desgracia.
Pero comencemos por el principio, Michael Cimino acababa de ganar 5 Oscars con su estupenda 'El cazador', se trataba del director de moda y los ejecutivos de la United Artists, vieron la gallina de los huevos de oro. Dieron carta blanca para su siguiente proyecto, un western que partía del conflicto armado en Wyoming en 1890 para tocar aspectos controvertidos de la cultura americana al tomarse licencias argumentales con la cacería indiscriminada hacia los inmigrantes europeos.
El problema llegó cuando la megalomanía de Cimino comenzó a tambalear la viabilidad del proyecto. Perfeccionista al límite, la repetición de tomas hasta el infinito era constante, el calendario de rodaje se alargaba sin remedio, los decorados se construían y derribaban al mínimo reproche, y por consiguiente, el presupuesto iba alcanzando cifras desorbitadas. A pesar de los esfuerzos del estudio, el número de dólares derrochados seguía en aumento y acabado el rodaje el metraje ocupaba horas y horas de película. Tras un montaje infernal, Cimino presentó su versión de tres horas y media, la que todos actualmente conocemos, que fue masacrada por los críticos y el público y retirada por petición propia del director a la semana del estreno. Tras ello, un nuevo montaje que redujo su longitud a unos 150 minutos pero que no sirvió para mejorar el panorama.
El daño ya estaba hecho. Incómoda para la audiencia, la prensa y la industria encontró su justificante para azuzar a las bestias y derrocar un sistema que daba demasiada libertad a los autores. De nada sirvió que nos encontremos ante una película bellísima, de una lírica poderosa, con escenas para el recuerdo y que plasmaba una realidad que únicamente supo leer la crítica europea. El resto ya es historia. El paso de los años, siempre sabio, ha sabido sitúar la película en su lugar a pesar del olvido de su realizador, fallecido hace escasos días. Una obra que perdura y que para muchos ya es todo un clásico del cine americano.
El problema llegó cuando la megalomanía de Cimino comenzó a tambalear la viabilidad del proyecto. Perfeccionista al límite, la repetición de tomas hasta el infinito era constante, el calendario de rodaje se alargaba sin remedio, los decorados se construían y derribaban al mínimo reproche, y por consiguiente, el presupuesto iba alcanzando cifras desorbitadas. A pesar de los esfuerzos del estudio, el número de dólares derrochados seguía en aumento y acabado el rodaje el metraje ocupaba horas y horas de película. Tras un montaje infernal, Cimino presentó su versión de tres horas y media, la que todos actualmente conocemos, que fue masacrada por los críticos y el público y retirada por petición propia del director a la semana del estreno. Tras ello, un nuevo montaje que redujo su longitud a unos 150 minutos pero que no sirvió para mejorar el panorama.
El daño ya estaba hecho. Incómoda para la audiencia, la prensa y la industria encontró su justificante para azuzar a las bestias y derrocar un sistema que daba demasiada libertad a los autores. De nada sirvió que nos encontremos ante una película bellísima, de una lírica poderosa, con escenas para el recuerdo y que plasmaba una realidad que únicamente supo leer la crítica europea. El resto ya es historia. El paso de los años, siempre sabio, ha sabido sitúar la película en su lugar a pesar del olvido de su realizador, fallecido hace escasos días. Una obra que perdura y que para muchos ya es todo un clásico del cine americano.
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