"Usted nos ve, como nos que quiere ver, en los más simples términos
con las descripciones que más le convienen: usted ve un cerebro, un
atleta, un caso perdido, una princesa y un criminal. ¿Correcto?"
Así comienza 'El club de los cinco', una película que lo es todo por sus magníficos y construidos personajes, alejados de los estereotipos que uno podría colocarles a primera vista, y que sin ellos no tendría ningún sentido.
Cinco jóvenes "problemáticos" son castigados a pasar todo un sábado en
el instituto en el que estudian y a entregar una declaración en la que
expliquen las causas por la que están ahí. Así lo requiere el carca
director del centro, más interesado en imponer sus propios dogmas
que dejar espacio para la propia identidad de estos chavales, alejados
de los clichés de su aparente condición y que van imponiendo la profundidad de sus personalidades.
'El club de los cinco' es la cumbre de la carrera del cineasta John Hughes,
gurú del cine adolescente de los 80 para pasarse al cine familiar más
taquillero en los 90, ya únicamente como guionista.
Descubridor del
grupo de jóvenes actores conocido como "Brat Pack", tiene en este club
del desayuno (nada que ver con las novelas de Enid Blyton) sus señas de
identidad al completo, con su mejor reparto (Molly Ringwald,
Emilio Estevez, Judd Nelson, Anthony Michael Hall, Ally Sheedy) y los
temas y obsesiones que caracterizaron sus películas juveniles.
La
desintegración del núcleo familiar, la incomprensión de los hijos
criados en diferentes condiciones sociales y económicas cobra relevancia
y representación en estos cinco adolescentes, que con sus virtudes y
sus defectos consiguen ganarse al espectador. 'El club de los cinco' es
una película auténtica, donde los personajes dicen lo que piensan
y lo que sienten: comienzan con una máscara que los coloca con los
estereotipos que tanto desprecian para terminar la película sin ellas.
Pasamos del cinismo reflejo de una falsa sociedad, a un alarde de
sinceridad en el que las confesiones duelen, pero humanizan a unos
chicos que se convierten en cómplices de la hipócrita realidad en la que
viven.
Es inevitable destacar que 'El club de los cinco' ha saltado barreras para convertirse en un objeto de culto.
Desde la canción de Simple Minds que abre y cierra el film, a los
personajes, las escenas y los diálogos. Todas quisieron ser como Molly Ringwald,
todos la amamos, pero, sobre todo, nuestro sueño era formar parte del
club del desayuno. Películas como esta dejaron claro que se podía hacer
buen cine juvenil, un producto que traspasase el género y se convirtiera
en algo mucho más grande y no tan sectario.
La colección de escenas y
momentos es inmensa: desde las escapadas de la sala de castigo a los
momentos de tedio en ella, las canciones (impagable cuando tararean la
sintonía de 'El puente sobre el río Kwai'), las ácidas bromas de John
Bender o los momentos de confesión. Pero quedarse sólo en ellas sería nadar en la superficie. 'El club de los cinco' es reflejo de una generación, una película para el recuerdo.
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