Hablar de Lost in Translation me resulta a la vez tremendamente fácil y por otra parte realmente difícil. Es cierto que de las grandes películas se pueden decir muchas cosas y además cuando uno ha visto esta infinidad de veces, pero bajo su apariencia simple encierra una gran complejidad, esconde un cúmulo de emociones y sensaciones en una historia que se asimila sencilla. No se trata de una inocente historia de amor, es un retrato de dos personas desconectadas con su mundo que se encuentran, paradojicamente, en un escenario aislado de él y entre ellas surge la chispa que les da sentido a sus perdidas vidas.
Para situarnos, Bob Harris (Bill Murray) es un veterano actor de éxito que viaja a Japón para rodar un anuncio publicitario y de paso evadirse de sus problemas matrimoniales y la presión de los hijos. Charlotte (Scarlett Johansson) es una joven que se acaba de graduar en Filosofía, su relación con su marido aún es reciente y aprovecha el viaje de trabajo de este en tierras niponas, es fotógrafo, para acompañarlo y afianzar el matrimonio. Pero Charlotte en realidad se siente vacía, no sabe hacia donde avanzar, la incertidumbre del futuro la carcome y no encuentra la comprensión que necesita en su pareja. Bob se siente perdido pero de otra forma, los años pasan y la monotonía ha invadido su vida, su matrimonio ya no funciona y se siente atrapado dentro de su propia infelicidad.
La grandeza de la película radica en como plasma los sentimientos, las emociones, los miedos de estos dos personajes y el contraste con el ambiente, esa ciudad extraña y cosmopolita, como les afecta y les influye en sus estados de ánimo y en lo que va a ocurrir, en esa conexión, esa historia de amor. Y para ello Sofia Coppola emplea tanto la imagen fija, como fotografías, imágenes que podrías enmarcar, como con escenas en movimiento donde en cada una de ellas la música complementa todas estas sensaciones que intenta transmitir, la indagación en la psicología y la emotividad de los dos protagonistas.
Además Coppola tiene la habilidad de aligerar todo este contenido dramático con continuos gags, toques de comedia: momento Santori, pase fotográfico, visita a la clínica... o con personajes disparatados como el que interpreta Anna Faris, de una actriz pijísima -papel que le cae como anillo al dedo- que te sacan una sonrisa y le dan el condimento que necesita el componente dramático aunque aquí este se muestre como pura poesia.
No es una película intelectualoide como muchos la pintan, probablemente es cierto que necesites unos cuantos visionados para captar toda la profundidad emocional que esconde pero se puede ver con perspectiva de película ligera y agradable sin más y disfrutarla mucho, muchísimo. Es una buena opción tanto como drama y como comedia lo que unido a su calidad la convierte en una película imprescindible en la última década.
NOTA: 10 (sobre 10)
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